Luis Martignon
A veces, esta sucia computadora sirve, por lo menos, para armar espacios distantes pero vivos.
Pero nada puede ayudar a que la soledad no se cuelgue de mi cuello, de mis hombros, de mis pelos, de los sueños que mata a navajazos.
Hasta la mirada me tiembla de tanto verla, hasta mi voz es un trueno lleno de odio y horas vacías.
Hasta el tiempo es un hambre de acabarlo deprisa, tan rápido que permanezco inamovible, sólo temblando en la oscuridad...
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